El último post del año. No quiero ni tengo ganas de hacer balances de fin de temporada ni prometerme cosas que finalmente, sé que no voy a cumplir, pero tengo ganas de hablar de mi pequeña gran experiencia en Europa. El pasado 22 de diciembre se cumplieron cinco años de mi llegada a España y como cada año agradecí ésta oportunidad que me llegó en la vida, cuando más la necesitaba. Los hechos de diciembre de 2001 en Buenos Aires significaron, para mí, la orden de desalojo. Tenía que abandonar el país. Diez años después se confirmaban mis pronósticos; todo lo que dije y que me llevó a más de una discusión con gente que creyó en Menem y su visión de que las vacas vuelan. A mi el corralito no me afectó, porque como nunca confié en el sistema, los 4 duros que tenía, estaban en mi casa. Es más, me favoreció porque me pesificaron la hipoteca y la prenda del auto, pero sentí que aquello era el final. Conmigo ya no contarían para nada más. Aquel veinte de diciembre, cuando salí de La Trastienda de ver a David Lebon y la ciudad estaba en llamas, las esquinas con piquetes de enmascarados quemando neumáticos, la gente en la calle decepcionada batiendo cacerolas, pidiendo lo que nadie le dio ni le dará jamás; aquella noche, volviendo a mi casa, sentí miedo y asco.
Un año después, el 22 de diciembre de 2002, aterricé de madrugada en el aeropuerto de Santiago de Compostela. Hacía frío y llovía a cántaros. El mal tiempo continuó, aquel año en Galicia, hasta pasado el día de reyes. Cuando salió el sol por primera vez y me dejé acariciar por el azul diáfano de mi nuevo cielo, comprendí que no me había equivocado. Me costó encontrar trabajo, por aquello de que hoy en el mundo, si tienes menos de treinta te falta experiencia y si pasaste los cuarenta, estás desactualizado. A pesar de todo confiaba en que tendría una oportunidad, porque España es un país de oportunidades, como alguna vez lo fueron, los países latinoamericanos. Han cambiado algunas cosas, porque el río de la plata que conquistaron españoles e italianos cien años antes, era la tierra prometida, un territorio sin fronteras donde estaba todo por hacer. Europa es actualmente, una gran nación de veinticuatro países, donde está casi todo hecho, pero siempre hay cosas por hacer.
Para adaptarse a este medio hay que estar dispuesto a ser honesto, humilde y competitivo. Aquí nadie te regala nada. Cada día tienes que demostrar que vales; que estás dispuesto a aprender y en modo fundamental, ser agradecido. Particularmente, no dejo pasar oportunidad de reflejar mi gratitud. Este país me dio una chance, me abrió sus puertas, me ofreció seguridad, salud y educación. El Estado Español me demuestra cada día que le importo como ciudadano, pero que más le importo como persona y eso, definitivamente, me ha hecho mejor persona. Hoy tengo guardado bajo cuatro llaves el “Manual Práctico de Viveza Criolla” y en cambio trato de ejecutar cada día, el “Manual Práctico del Buen Ciudadano”. Hoy siento que quiero a este país y a su gente; me alegra y me conmueve su alegría y su tristeza; me emociona la historia más reciente y oír hablar a las generaciones que vivieron la guerra civil; me puedo pasar horas escuchando a un anciano, y me repito mentalmente “ésta gente sí, que aprendió la lección”. Esa misma gente, casi siempre, me pregunta cuándo me voy a volver, si tengo planes a futuro. Siempre les digo lo mismo: “únicamente que perdiera la memoria y me olvidara los motivos que me llevaron a emigrar, podría cometer semejante error”. Después de todo, y como reza un viejo refrán del refranero español: “la vaca no es de donde nace sino de donde pace”.
Pd. Un beso a todos y será hasta el año próximo.