Días atrás, haciendo limpieza en el escritorio de mi ordenador de trabajo, encontré una serie de textos y poemas que fueron escritos hace más de dos años. Los había olvidado por completo, lo que significa que no habían ido a parar a las carpetas donde guardo todo aquello que escribo desde hace doce años. Nada más leerlos, recordé con la exactitud de estar viendo una película, los motivos, las circunstancias y el momento durante el cual fueron escritos. Pude revivir las sensaciones y los diferentes estados de ánimo que por entonces dominaron mis días. Recuerdo que las transiciones de la alegría a la tristeza, en ambos sentidos, ocurrieron con demasiada rapidez, sin dejar tiempo siquiera a realizar cualquier proceso. Como cada vez que he escrito un poema, lo hice ante la cruel necesidad de quitarme la presión que el cúmulo de sensaciones en estado de ebullición, golpeaban a mi alma. Desconozco porqué permanecieron todo este tiempo fuera de lugar y agradezco que el destino los haya conservado y que este azar, que nunca deja cabos sueltos, me los haya devuelto. No he recuperado simples poemas; he recuperado emociones, alegrías, dolor, palpitaciones, imágenes, rostros, colores de ojos, sonrisas y tantas cosas más; he recuperado tiempo de mi vida. Casi de inmediato pensé: “¿y por qué no publicarlos para darle vida a ese blog que inventé hace algún tiempo y que permanece en blanco? ¿Qué mejor ocasión para echar a correr “el azar nunca deja cabos sueltos”? Y allí están, con la sola pretensión de ser un puente, a través del cual, las almas puedan abrazarse.
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