lunes, marzo 23, 2009

De la Vida Misma

Hechos que hacen pensar



Los Hechos:


El
vuelo 0564 de Iberia desde Madrid con destino Santiago de Compostela, debía partir a las 21,35. A la hora anunciada para el embarque, más de un centenar de pasajeros aguardábamos frente a la puerta K91 de la terminal T4. El funcionario que haría los controles de pasaje y documentación, permanecía sentado en el “counter” esperando la orden de embarcar a los viajeros. Quiénes abordaríamos el avión en poco más de media hora, nos encontrábamos distendidos. Muchos hablaban por sus móviles; otros en familia conversaban tratando de no perder de vista a sus niños; un grupete de siete u ocho jóvenes reían y bromeaban en voz alta y el resto leían, desplegaban sus laptops o simplemente dejaban deslizar sus miradas perdidas en cualquiera de los muchos puntos de fuga que tiene el tinglado de la nueva terminal de Barajas.
Era la noche del domingo y volvía a casa, luego de una intensa semana de feria en IFEMA, con jornadas de 10 horas de trabajo. Con la intención de hacer el check-in y atravesar los tediosos controles sin apuros, llegué temprano al aeropuerto. Por haber menos vuelos, a causa de la crisis, no se veían grandes colas en los mostradores de facturación. Me sobró tiempo entonces, para una visita al free-shop y comprar dos perfumes. Si hay un lugar donde el tiempo se me hace eterno, son las salas de embarque de cualquier aeropuerto. Por esa razón es que desde hace bastante tiempo, no viajo sin un libro y el i-pod. En eso estaba, escuchando a Eagles, sentado casi frente a la puerta K91, cuando veo que la información del vuelo desaparece del panel correspondiente, dejando lugar al logo de AENA. El empleado, que en ese momento hablaba por un teléfono interno, dejó el aparato e intentó marcharse sin que nadie lo advirtiera. Pero alguien que también había visto el cambio lo interceptó para exigir información. Me quité los auriculares para oír la conversación. Muy escueto, y sin detener su marcha, dijo que el vuelo se encontraba retrasado y que más información la encontraríamos en el mostrador de Atención al Cliente.
A partir de allí fue otra historia. Como en los guiones cinematográficos, se acababa de producir el primer punto de giro.
En malón, nos dirigimos todos hacia la oficina de Iberia, ubicada a pocos metros de la puerta K91. En un par de minutos, desencantados, fastidiados y llenos de frustración, un centenar de personas abarrotaron los dos mostradores, tras los cuales, tres empleadas aguardaban lo peor.
La verdad de lo sucedido, la supe más tarde. Hablando tranquilamente con una empleada, mientras la turba se encontraba cenando, ésta me reveló que el avión que debía recogernos a horario, había tenido un problema técnico en Valencia, justo antes del despegue. Esto obligó a un cambio de aeronave y motivó las tres horas de retraso en Valencia que repercutieron en nuestro vuelo.
Mientras nos disputábamos los dos únicos libros de reclamaciones, todos hablaban al mismo tiempo. En su mayoría gritaban, haciendo del ambiente, un ir y venir de frases sin sentido que nadie contestaba. Las empleadas, que hasta ese momento no contaban con la información suficiente para calmar a los más exaltados, se limitaban a sellar las hojas de reclamaciones e informar de que en breve se establecería una nueva hora de salida. A medida en que cada uno fue sacando lo peor de sí mismo, el ambiente se fue caldeando de un modo exponencial.
El más radical era un hombre que vociferaba en castellano pero con un marcado acento gallego de aldea. Se acercaba y alejaba del mostrador golpeando en la mesa y repitiendo que Iberia era una mierda y que las empleadas se cagaban en todos nosotros. Al serle recriminada su intolerancia y falta de respeto amenazó a la empleada echándose, prácticamente, sobre el mostrador. Del otro lado, el grupete de jóvenes, contagiados de la vehemencia del desquiciado, también expresaron su disconformidad mediante insultos directos e indirectos hacia la compañía y sus empleados. Al parecer, algunos de ellos, eran médicos cirujanos de Coruña. Una de las chicas, que no pasaba de los treinta años de edad, no hacía más que repetir que si no realizaba la cirugía que tenía planeada al día siguiente, perdería la paga de la misma. Viéndola fumar más tarde, dentro de esas cabinas de humo habilitadas al respecto, sentí compasión por el paciente que horas después pondría su vida en manos de alguien con tan poco control de sí misma.
Otro de los personajes que emergió de aquel ambiente surrealista, fue un graciosillo, que no tuvo mejor idea que decir muy serio “que baje el jefe a dar la cara o acá va a haber sangre”. La empleada, conteniendo su cólera y mirándole a los ojos, le recriminó: “¿qué quiere decir?”. “Bueno, tampoco se ponga así… nos trata como animales y además no tiene sentido del humor”, aceptó el fulano, ahora ya con una sonrisita.
No faltó quien aprovechó para ponderar los servicios de Ryanair e Easyjet frente a los de Iberia (¿alguien me podría decir si realmente existe alguna diferencia entre ellos?) ni los que no hicieron otra cosa que repetir la consabida frase “al final a los animales se les trata mejor”.
Finalmente la turba se desconcentró, cuando fue notificada de que presentando la tarjeta de embarque, quien así lo deseara, podría cenar en uno de los restaurantes. Al igual que ocurre con las jaurías hambrientas, la llegada del alimento calmó la ansiedad y la gritería.
El mostrador de atención al pasajero volvió a quedar en calma, aunque no por mucho tiempo. A las doce y media de la noche, esta vez en la puerta J58, embarcamos rumbo a Santiago. Del avión procedente de Valencia bajó otro centenar de pasajeros enfurecidos, muchos de ellos con las conexiones perdidas, que raudos se dirigieron, por indicación de una funcionaria de Iberia, al mostrador de Reclamaciones. Las tres empleadas ya no eran las mismas, pero con seguridad estaban avisadas.


Las Conclusiones:


Primera: La gente debería saber y entender que subirse a un avión pagando 40 o 50 euros tiene sus pros pero también sus contras. Que las compañías aéreas sólo pueden ofrecer esas tarifas estrangulando a sus aviones para que vuelen más y así aumentar la oferta de asientos/día; que para que ello ocurra, un aparato debe pasar veinte horas diarias saltando como un canguro por toda la geografía nacional e internacional; que los aviones son máquinas y las máquinas se descomponen y rompen mucho más, cuanto más trabajan; que los jefes de tráfico no pueden hacer magia cuando pierden una de las piezas de ese ajustado rompecabezas que arman cada día. La gente debería comprender y asumir, que es mejor un retraso de tres horas que volar en un aparato que no es ciento por ciento seguro.


Segunda: La gente es desquiciante. El ser humano demuestra a cada rato el bajo umbral de paciencia y tolerancia que posee. Hay una preocupante falta de sentido común ante situaciones que, como ésta, no revisten la más mínima gravedad y lo que es peor, sólo tienen una solución. Pareciera que la vida de las personas transitara por un estrechísimo camino o senda y que ante el más ínfimo desvío, éstas perdieran la totalidad de racionalidad que supuestamente les diferencia de los animales. Me quedé con la sensación de que la mayoría, están esperando la más fortuita oportunidad para soltar, dónde y en quién sea, toda la frustración acumulada, a partir de aquello que día a día son incapaces de resolver.

Epílogo
Una hora de vuelo; un taxi; un té de menta; resolución de un sudoku "muy difícil"; apagar la luz. Las 3.30 de la madrugada.

lunes, marzo 02, 2009

Conclusiones al Azar

Opciones




"Cuando la vida no es lo que esperabas, tienes dos caminos: o huyes hacia afuera y te suicidas*, o lo haces hacia adentro y comienzas a escribir"