miércoles, diciembre 31, 2008

Bienvenido 2009

A todos mis amigos...



Este post es dedicado a todos mis amigos, los que pasan siempre, cada tanto o cada muerte de obispo; los que firman y los que leen solamente; los que piensan que estoy loco y aquellos que creen que soy un tipo genial; a todos les deseo lo mejor.
Particularmente no voy a hacer promesas ni a pedir cosas imposibles; sólo deseo no perder jamás la voluntad de vivir y la necesidad de buscar siempre el gran amor... porque creo que la felicidad está en no renunciar jamás a vivir y entregarse al amor.
Nos vemos el año próximo. Gracias y los abrazo.

lunes, diciembre 22, 2008

Siga, siga siga el baile...

¿Quién miente?


Hace algún tiempo me juré no volver a postear acerca de la política, cuando ésta tuviera que ver directamente con lo que sucede en Argentina. Entendí por fin, que no vale la pena volver sobre lo que no tiene remedio, pero... siempre hay un pero.



Pero es que hay noticias que golpean de una forma brutal y me obligan a quejarme. Es una forma de liberar el veneno que derraman en mi torrente sanguíneo. El mismo día del mismo año, dos puntales de la prensa argentina publican la misma noticia con distintos resultados.



Uno de los dos miente. Uno de los dos quiere engañar a la gente. Uno de los dos está prestando un servicio para el que no está homologado. Uno de los dos, seguramente, tendrá un interés oculto en la noticia que propaga. Uno de los dos no merece ser llamado prensa. Hoy es uno de los dos, pero a veces es el otro. Pueden estar seguros.

lunes, diciembre 08, 2008

Entre Francis Cabrel y Yo

Crónica de una noche inolvidable




Los días pequeños, enemistados con el sol, se pavonean con la niebla, la lluvia, el viento y el frío, formando una pandilla dispuesta a mostrar su rigurosa y bien ganada fama. El otoño presenta sus mejores credenciales mientras la tierra reverdece y huele a humedad en la parte más oriental del Cantábrico Español donde el golfo de Vizcaya recibe las aguas del río Bidasoa.
Es el sábado 29 de noviembre y cerca del mediodía cruzo la frontera para entrar en territorio francés. Voy a Pau, capital de la región de los Pirineos Atlánticos, a encontrarme con un amigo y otras cuatro personas que no conozco. Todos somos fans de Francis Cabrel y vamos a compartir un show que dará por la noche, en el Palacio de los Deportes.
A las ocho las gradas están colmadas. Nuestra larga espera de más de dos horas al raso para ser de los primeros en entrar tiene su recompensa: estamos en primera fila.
Resulta que Cabrel lleva más de tres décadas subiendo a los escenarios, pero yo hace apenas seis años que lo conozco. Siento algo de frustración por este hecho aunque estoy dispuesto a tratar de recuperar el tiempo perdido. Hay en mi una enorme ansiedad que me abandona ni bien se apagan las luces y la banda irrumpe en el escenario. Francis Cabrel es un hombre flaco y alto, con cara de bueno y una voz tan particular como el estilo de su música. Carece totalmente de los estereotipos que, un divo de su talla, podría ostentar sin reparos. En el escenario es uno más de la banda y hace flamear continuamente su complicidad con el resto de los músicos. Este hombre tímido en su vida de todos los días, se agiganta cuando intuye q ue en la oscuridad que se extiende más allá de su guitarra, hay miles de corazones acelerados por la efecto narcótico provocado por su música y poesía.
Cabrel y los músicos se transforman en una aplanadora que condensa el mundo en el espacio exacto que cabe en el recinto. Son más de dos horas de un show que no decae jamás y que alcanza el pico máximo, en el último cuarto, cuando el bajista invita a la platea a acercarse al escenario y compartir así, las últimas canciones y los bises. La gente canta, baila y delira. El show se convierte en una encuentro íntimo entre el artista y su gente. Ambas partes intercambian vida y desearían que aquello no terminara jamás. La comunión ha tenido lugar. Para el final del concierto Cabrel regresa solo al escenario e interpreta “La quiero a morir”, su más grande éxito, acompañado apenas, por una pequeña guitarra que ejecuta él mismo.
Observo la gente que me rodea y veo lágrimas que caen por las mejillas de muchos. No puedo evitar emocionarme también, porque la emoción es contagiosa y además sabe muy bien. Es dulce y libera; es como la firma que certificará el recuerdo de esta noche inolvidable en mis hojas de memoria.