lunes, noviembre 10, 2008

Historias con Soundtracks

Lluvia de Noviembre



Miraba llover a través de los cristales. Tenue y pertinaz el agua caía agitada, como en un juego de niños, por el viento. Miraba llover con la vista puesta en los andenes de la estación. Puedo pasarme así, horas interminables, aguardando la llegada de los trenes mientras observo la gente que apura el paso para recorrer los casi cien metros que separan el edificio principal de la avenida. El semáforo, cada tanto, interrumpía y obligaba a los viandantes a soportar el agua que no buscaba la vertical sino que danzaba en pequeños remolinos volviendo inútiles los paraguas.
El otoño siempre me ha parecido una estación de matices caleidoscópicos. Adoro el otoño y sus imágenes desleídas; las calles alfombradas de hojarasca y el sabor dulce y húmedo del aire que respiramos. Tal vez porque fue una tarde de noviembre la última vez que nos vimos, nos besamos y estuvimos eternamente mirándonos sin hablar como tanto nos gustaba, cada vez que llueve siento una profunda nostalgia de ti y de nuestra historia.
Hoy miraba llover a través de los cristales, con la esperanza de verte llegar otra vez, como tantas otras tardes, desde la estación. El gato, que observaba atento la calle, sentado en el alféizar de la ventana, movió repentinamente la cola, lanzó un pequeño maullido y apoyó la planta de su mano derecha en el vidrio. Me di cuenta que ambos te habíamos visto al mismo tiempo.
En medio del grupo apretado de personas que cruzaban la avenida también cruzabas tu. Un año atrás hubiera calculado el tiempo exacto hasta oír tu llave abriendo la puerta. A pasos largos y bajo el paraguas verde que te habías comprado en Londres atravesaste nuestro campo visual. Cuando los autos reanudaron la marcha, sólo quedó en mi retina una figura difusa como esas que se quedan en las fotos que salen movidas o con escasa iluminación. Estamos tan lejos y has pasado tan cerca, pensé. Ni siquiera levantaste la mirada hacia mi ventana; simplemente pasaste.
El gato lamió varias veces sus manos y se marchó a sentarse junto a la puerta. Sentí pena por él: era tu gato, aunque estoy seguro que de haber podido decir algo, hubiera intentado consolarme. Después de todo además del recuerdo, era todo lo que me había quedado de ti. La insistencia del timbre de calle me obligó a respirar hondo, pero no atendí: preferí continuar mirando llover a través de los cristales.

lunes, noviembre 03, 2008

Filosofando de a ratos


LOS TRES CEDAZOS



En cierta ocasión, un hombre fue a visitar a Sócrates, el filósofo, y le dijo:
- Voy a contarte unas cosas sobre tu mejor amigo, para que no confíes tanto en él.
Sócrates le preguntó:
- ¿Has pasado lo que vas a decirme por tres cedazos?
Muy sorprendido, dijo el otro:
- ¿A qué cedazos te refieres?
- El primero -respondió el filósofo- es el de la verdad. ¿Estás seguro de que lo que vas a contarme es cierto?
El visitante contestó:
- No lo estoy. Lo he sabido a través de otras personas.
Sócrates continuó:
- El segundo cedazo es el de la bondad. ¿Estás seguro de que son tus buenos sentimientos los que te impulsan a contarme esas cosas? Y el tercero -prosiguió Sócrates- es el de la utilidad. ¿Piensas que es necesario que yo sepa lo que vas a contarme?
- Sinceramente -dijo el hombre- no había pensado en todo eso.
- En tal caso -dijo Sócrates-, guarda tus palabras en tu corazón y olvídalas.

Nota: A veces no nos damos cuenta lo importante que es pensar dos veces las cosas que vamos a decir y de cuán comedidos debemos ser siempre en nuestras intenciones.